¡BORRA LA SEÑAL VISCOSA CON TU VIDA DE APÓSTOL!
Según me acercaba al Hombre resplandeciente, decidí hacer un gesto que fuera del agrado del Apóstol: cantar fuertemente la Salve. Fuertemente porque la firmeza no está reñida con la educación. El Apóstol, en viéndome llegar, se puso en pie y alzó los brazos en ademán solemne. El carnesí de su túnica en medio de la nieve virgen me deslumbraba como una aparición, casi cegándome.
Cuando estaba a pocos pasos, con las manos juntas en oración, y mirando con Amor al Apóstol, este exclamó con sus ojos puestos en mí: “ ¡Alma de apóstol, eres entre los tuyos la piedra caída en el lago”.
Esa fue su primera alocución. Yo caí de rodillas, ensimismado en mis rezos y en el influjo de la túnica carmesí, pero Él seguía clamando con fuerte voz: “¡Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio en los alimentos!”
Yo ya había sido abducido, aunque no comprendía bien sus mandatos.
Según me acercaba al Hombre resplandeciente, decidí hacer un gesto que fuera del agrado del Apóstol: cantar fuertemente la Salve. Fuertemente porque la firmeza no está reñida con la educación. El Apóstol, en viéndome llegar, se puso en pie y alzó los brazos en ademán solemne. El carnesí de su túnica en medio de la nieve virgen me deslumbraba como una aparición, casi cegándome.
Cuando estaba a pocos pasos, con las manos juntas en oración, y mirando con Amor al Apóstol, este exclamó con sus ojos puestos en mí: “ ¡Alma de apóstol, eres entre los tuyos la piedra caída en el lago”.
Esa fue su primera alocución. Yo caí de rodillas, ensimismado en mis rezos y en el influjo de la túnica carmesí, pero Él seguía clamando con fuerte voz: “¡Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio en los alimentos!”
Yo ya había sido abducido, aunque no comprendía bien sus mandatos.
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