lunes, 4 de junio de 2012

Historia de las revelaciones del Apóstol 4

UNA CRUZADA DE VIRILIDAD


Él me miró con esa ternura firme con la que solo el Ápóstol mismo sabe mirar y agitó su túnica carmesí al tiempo que exclamaba:

- Dios dispone en lo grande y en lo pequeño. Mañana sabrás de mí.

- Pero Santo Apóstol, ¿qué puedo hacer yo, un pecador insignificante,  frente al mal del mundo, frente al mal de Internet?

- Pronto lo sabrás. Yo he de revelarte nocturnamente mis mandatos para que los difundas sin desaliento por Internet, por esos blogs del diablo, por donde yo te indique en cada momento, sin preguntas ni inconstancias. ¡Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza para que contrarreste y anule la labor salvaje de las páginas webs de quienes creen que el hombre es una bestia!

Yo no entendía bien sus palabras pero su resplandescencia me subyugaba.

De repente, él Apóstol en su misma persona se desvaneció entre una especie de humo color canela, dejando en derredor la nieve derretida y los sagrados restos de los alimentos (el bocadillo) que estaba ingiriendo.

Siempre guardé ese emparedado en mi corazón y en una urna de metacrilato que puse en mis aposentos para mirar los alimentos del Apóstol cuando se me aparecía nocturnamente en su misma persona.